Que nos vamos, todos sin excepción, nos vamos. Y lo único seguro es que no estaremos. ¿Y qué importa donde iremos cuando ya no estemos?.
Vamos, vamos… que nos vamos, para algo seguro que sabemos, no lo olvidemos. El tabú, la cultura, el dejar para mañana y el discurso repetido hacen que perdamos de vista como acaba todo esto.
Fecha de caducidad como un yogur, por eso la vida hay que consumirla preferentemente antes. Si cuando naciéramos lleváramos escrito la hora, el día, el mes y el año en el que ya no estaremos, ¿Qué haríamos? ¿Cuánto tiempo dedicaríamos a todo aquello que ahora nos ocupa?
Sonreiríamos más, querríamos más, perdonaríamos más y priorizaríamos realmente, no lo urgente sino lo importante.
Somos capaces de estar conectados las veinticuatro horas del día, compartimos videos de gatos, de peces, de perros, iconos que no dicen nada pero nos mantienen conectados. En cambio somos incapaces de mirar a las personas a los ojos y decirles: te quiero, perdona, me haces feliz, gracias.
Tiempo, solo eso tiempo… que nos marca, que nos para que nos hace correr.
Nos da momentos, nos quita personas, nos forja y nos graba recuerdos, nos hace olvidar. Pero no cura, el tiempo no cura lo único que cura es lo que hacemos en ese tiempo. Y a veces en ese tiempo no hacemos nada! Esperamos que las cosas pasen, y pasan… pero tan deprisa que o estamos atentos y al cien por cien o se escapan.
Lo único que tenemos claro es el que viaje se acaba, la mayoría de veces antes de lo que pensamos, y eso, eso… no lo podemos cambiar. Pero sí que podemos decidir cómo viajar. Podemos ir lentos, por un camino recto, y definido, podemos coger curvas y dibujar nuevos caminos, podemos volar algunas veces y otras detenernos, cambiar la ruta fijada, fijar rutas soñadas, pero sobretodo disfrutar.
Vamos, vamos… que nos vamos, a disfrutar del viaje porque cuando lleguemos al destino, ahí…ya no estaremos.